Odiaría...
Odiaría que trocearan mi vida en una insípida biografía formal, de fechas concretas y actos que, supuestamente, marcaron quién fui o quién parecía ser. Odiaría ser objeto de estudio de esos púberes con pelusas faciales y desequilibrios hormonales. Odiaría que se aprendieran de memoria que el 4 de abril de 1993 sufrí problemas de flatulencias o que el 21 de septiembre de 2001 pensé en prender fuego a un coche descascarillado. Odiaría que algún pseudo-intelectual pensara que mis versos fueron inspirados por experiencias amorosas traumáticas o que escribí lo que escribí bajo los efectos de cualquier sustancia alucinógena. Odiaría que loaran todo cuanto hice o dejé de hacer en mi funeral.
Odiaría estar muerto y no poder decirle al mundo: ¡que te den, no es tan difícil vivir aquí!
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