Una metáfora de las zonas oscuras del ser humano (reseña literaria)

“El arte, no es volver a hacer lo que otros hicieron... es hacer lo que uno ha visto con sus ojos, sentido con sus sentidos, comprendido con su cerebro”. Eso es lo que Octave Mirbeau pensaba sobre aquello que tanto amó en vida: el arte. Periodista, escritor y crítico de arte, Mirbeau fue uno de los autores franceses más respetados e influyentes del último tercio del siglo XIX y principios del XX. El propio Leon Tolstoi dijo de él que era “el más grande escritor francés contemporáneo, el que mejor representa el genio secular de Francia”. Pero, ¿qué hizo de Mirbeau un novelista de tanto éxito? Probablemente, la forma que poseía para ver el mundo y sus sociedades, y analizarlos de una forma un tanto cruda.
Octave Mirbeau siempre estuvo atraído por los tipos extraños y anormales. Son ellos los que protagonizan parte de sus obras y a los que lleva a escena con un naturalismo brutal, que no perdona ningún detalle, incluso los más crueles, con tal de captar el color del ambiente y la verdad existente.
Digamos, pues, que Mirbeau no tuvo vergüenza ni miedo en ofrecer al lector la parte más oscura del ser humano, en la que el deseo, los placeres de la carne y el asesinato, entre otros, tienen un papel vital. En este sentido, El jardín de los suplicios, que rescata del olvido la editorial andaluza El Olivo Azul, nos adentra en la faceta más política de Mirbeau. Esta obra es una denuncia frente a las sociedades opresivas que se apoyan todas sobre el asesinato y, más precisamente, al colonialismo, francés e inglés, que transforma continentes enteros en verdaderos “jardines de los suplicios”. En este libro se entremezclan las descripciones de flores y de suplicios, el sexo y la sangre.
Fiel retrato de la llamada literatura decadente, Mirbeau se sirve de un joven que se ve inmerso en varias corruptelas políticas y debe abandonar Francia. Haciéndose pasar por un naturalista, emprende un viaje hacia Oriente en barco, en el que conocerá a una dama inglesa que le abre los instintos más humanos que hay en él, además de hacerle ver la falsedad e hipocresía de la civilización europea. Es aquí cuando el héroe de la historia comienza un viaje a las raíces del placer y de la libertad más absoluta que le llevará al Jardín de los Suplicios, un lugar extraño y misterioso de China en el que la muerte y el placer se confunden como una misma cosa.
Octave Mirbau logra, a través de este relato, crear una metáfora de las zonas más oscuras de la condición humana. Estamos ante un importante debate moral y social. La edición, traducción y la obra, bien valen una misa.

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