Dadas las circunstancias, imaginación

Leyendo cada día los periódicos, viendo puntualmente las noticias en la televisión o navegando por las diferentes ediciones digitales de los diarios, uno comprueba que la vida está chunga, chunga, chunga. No parece haber indicios de mejora. Ningún rastro queda de ilusión. Al menos, aquí en España, país conocido por su pesimismo exacerbado, por su desconfianza y no valoración de lo que tiene. En este país somos expertos en mirar hacia otro lado y quejarnos de lo que no tenemos --y no lo tenemos porque ni siquiera lo intentamos--. La pregunta es: ¿hacemos algo para cambiar esta situación? Fríamente, uno llegaría a la conclusión de estar lejos de lograr ese cometido. España, a día de hoy, parece estar en posesión de una terrible enfermedad. ¿Cuál? La total pasividad y la falta de determinación. Dicho de otro modo, nunca hemos creído en nuestro potencial.
Hace ya largo tiempo que nos creemos los hermanos pobres de todos. Esa sensación, que produce un desasosiego importante en la sociedad, se ha visto acrecentado en los últimos años a causa de la coyuntura económica --si antes no valíamos nada, ahora aún menos--. Quizá peque de ingenuidad pero yo diría que la avaricia de muchos ha sido la causa mayor. También entran en juego otras vicisitudes, como ahora la despreocupación por dotar a la sociedad de una buena educación --a pesar de que los expertos y políticos digan que España goza de un gran sistema educativo--. Otro punto a tener en cuenta es la falta o ausencia de un sistema legal adecuado y una política creíble --la justicia ha perdido totalmente su legitimidad y a los políticos nadie los aguanta ya--. Asimismo, el hecho de mirar siempre fuera de nuestras fronteras ha provocado la no valoración y fomento de nuestras virtudes. Han existido y existen en España grandes intelectuales, científicos, artistas, literatos… que carecen por completo de un apoyo social e institucional. Manuel Vicent me dijo durante la charla que mantuvimos en el Teatre Principal de Castelló, que España “se había permitido el lujo de tirar muchos cerebros por la borda”. Razón no le falta. Aún con todo, y para nuestro asombro, siguen existiendo centros y personas empeñadas en dotar de cierto prestigio a este país. ¿Y qué hacemos al respecto? Ignorarlos --algo muy nuestro--.
Leyendo esta misma semana un artículo de Enrique Vila-Matas --ese cerebro único al que envidio profundamente-- publicado en el País, me quedé con un fragmento que ha sido el causante de que les aburra con toda esta perorata. Dice así: “dadas las circunstancias, parece insólito que esa muestra se dé en el país del mismo pantano de siempre, pero seguramente, como suele suceder en estos casos, habrá sido idea de unos pocos: gente todavía optimista, que aún cree que la tendencia humana a interesarse en minucias puede conducirnos a grandes cosas”. Vila-Matas habla de una exposición que tendrá lugar en el Museo Reina Sofía de Madrid, una muestra sobre el novelista francés Raymond Roussel y se pregunta cómo es posible que ante la algarabía que se cierne sobre España, sigan existiendo propuestas de tal envergadura en nuestro país. “Parece insólito”, nos dice. Y añade más tarde “habrá sido idea de unos pocos”. Esos “pocos” son aquellas personas que hace tan solo unas líneas más arriba remarcaba yo que ignorábamos. Siempre lo hemos hecho y rara vez daremos gracias por las interesantes propuestas culturales que, aunque con cuentagotas, llegan a cada rincón de esta “tierra de conejos”.
Por otra parte, Vila-Matas habla de “gente optimista” que cree en la importancia de ir poco a poco para cultivar el intelecto y forjar un espíritu luchador y despierto. Esos excéntricos personajes --que no salen de ninguna novela-- buscan con pasión cualquier excusa para fomentar la crítica y elevar la imaginación a límites insospechados. En España, no me cabe duda, existen seres con una imaginación desbordante, gente capaz de crear universos enteros, personas cuyo objetivo no es otro que evolucionar. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, prácticamente nunca se les tiene en cuenta --para qué hacerles caso si sus ideas no repercuten de forma ostensible en los bolsillos de los poderosos--. Ahora, muchos me dirán: ¿y los festivales? ¿las ferias de arte? ¿no son estas citas plataformas culturales que subvencionan las instituciones? ¿no generan suficiente promoción y satisfacen esas necesidades tan estúpidas de la gente preocupada por lo cultural? Llámenme insatisfecho, pero no lo creo. Tomando prestadas las palabras de Mónica Guariglio, responsable del IV Congreso Iberoamericano de Cultura, “hay que sacar la cultura de la agenda ornamental, ir más allá de la lista de bienales y festivales de cine. No puede ser la guinda que acompañe al desarrollo, debe formar parte de él”. Esa es la clave, a mi entender. Todos se preocupan por establecer un plan económico, industrial, tecnológico… para el futuro. No obstante, casi nadie se preocupa de la cultura, esa cosa que, en definitiva, nos conforma como seres racionales y sociales. En este sentido, volveríamos, de nuevo, a reclamar la importancia de esos “pocos” de Vila-Matas. Así pues, y dadas las circunstancias, imaginación. Si perdemos eso, caeremos en la desgracia, deambularemos de acá para allá sin rumbo fijo.

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