Un retrato sin igual de la India decimonónica (reseña literaria)

Recuerdo vivamente la vez que leí por primera vez El hombre que quiso ser rey. Las descripciones de ese país tan exótico y enigmático como es la India, más en pleno siglo XIX, me dejaron hipnotizado. La narrativa de Rudyard Kipling, al igual que la de muchos escritores decimonónicos, es muy descriptiva, con diálogos sorprendentes, de una genialidad única. La lectura de esta obra maestra me dejó, como era de esperar, un buen sabor de boca. Por tanto, cuando vi en una librería otro de sus clásicos, recuperado en una edición de “lujo” por Mondadori, no dudé un instante en hacerme con él.
El libro, en cuestión, es Kim, del que, reconozco, desconocía por completo --uno no puede saberlo todo--. Esta edición, cuidada al máximo detalle y con una introducción magistral por parte de Edward W. Said --otra de las razones por las que no pude contenerme a la hora de comprar el libro--, narra las peripecias de un huérfano que emprende un viaje por territorios inhóspitos de la India junto a un monje tibetano. Lo que en un principio nos pudiera parecer un libro de viajes, se transforma, poco a poco, en una novela de aventuras.
La atención de Kipling se centra en esos matices exóticos que, desde Occidente, creemos existen sin miedo a equívoco. Asimismo, los personajes que van apareciendo son herederos directos de aquellas novelas victorianas en las que los aristócratas poseen una posición demasiado acomodada y podían permitirse el lujo de viajar allende los mares. En este sentido, Kipling desgrana, paso a paso, la espiritualidad hindú para abrirnos los ojos y darnos un toque de atención. A pesar de todo, el gran protagonista de la obra no es otro que el entorno en el que se desarrollan sus acciones. La maestría con que logra retratar cada escena es de una genialidad que no está al alcance de muchos. Sin embargo, Rudyard Kipling la lleva a cabo con una sencillez impresionante.
Kim es un auténtico placer para cualquier amante de la literatura, de cualquier género y de cualquier edad. Su belleza, sus entrañables y humanos personajes y su espléndida puesta en escena solo pueden deparar unos momentos de lectura deliciosos. Si a eso le añadimos la didáctica introducción de uno de aquellos humanistas sin parangón, como fue Edward W. Said, “no hay peros que valgan” para no leerla.

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