El lenguaje y su intencionalidad, elementos de sinceridad (columna de opinión)

No busco falsos pretextos, ni pretendo hacer uso de esos eufemismos cantarines que sirven para decir verdades a medias. Escribo como pienso y eso el lector atento lo nota --o eso quisiera pensar--. En el lenguaje y su tratamiento se esconde la verdad sobre uno mismo. En otras palabras, la intencionalidad es vital. Por eso, cuando leo a autores como el inigualable Javier Tomeo, sé que tras ese humor sarcástico existe una crítica extraordinaria sobre la propia condición humana. “... gracias a los libros podemos aprender muchas cosas del mundo que nos rodea, aunque al final, sigamos tan estúpidos, ignorantes y crueles como siempre”, narra en una de sus últimas obras el escritor oscense. Imposible no soltar una carcajada ante la gran verdad que esa oración contiene. Efectivamente, quien lea mucho no es más sabio, y quien crea lo contrario puede convertirse en un petimetre, un representante de la pedantería más arrogante. 
Suelo creer que en la humildad, que no falsa modestia, reside uno de los grandes dones de la humanidad. Por esa misma razón, nunca está demás reconocer que a veces nos equivocamos, bien porque no alcanzamos a comprender el papel que jugamos en este tablero de dados que es la vida, bien porque ignoramos nuestra capacidad de superación. Por eso insisto tanto en la necesidad de no dejarse manipular. Por eso insisto en amar las artes y las letras. Por eso escribo lo que escribo, lo que soy. 

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