Escribir para dejar un rastro de quiénes fuimos en vida (columna de opinión)

He escrito centenares de historias sin sentido, relatos absurdos disfrazados de erudición, páginas huecas. Este es un proceso constante de alienación, de búsqueda. He intentado explorar en mi interior, crear un alter ego en el cual poder reflejar todas y cada una de las virtudes y penas de las que soy amo y señor. Y he fracasado. 
No se trata de incapacidad. Tampoco el miedo me impide regurgitar esas palabras que en mi mente siempre conciben obras maestras. Achacar ese fracaso al respeto por la propia literatura sería de cobardes e ingenuos. ¿Entonces, para qué escribir? ¿Por qué molestarse en hacerlo? Siendo sincero, diría que por puro egocentrismo, por tratar de ser inmortal. 
Sin dejar rastro de quiénes fuimos en vida, poco sentido tendría esa vida. Es un juego ambicioso en el que solemos volcar gran parte de nuestra energía desde el mismo momento en que nacemos, en el que creamos una dependencia directa con el padre y la madre, con la familia. Y poco a poco, a medida que uno crece, esa necesidad por ser alguien se acrecenta, y uno puede llegar a derrumbarse si no es aceptado en esa sociedad que se torna cruel con los débiles, si cree que nadie alcanza a comprender quien es realmente, su esencia misma, aquello que le define y le hace único.
Queremos para que nos quieran.  Y en literatura escribimos para que nos lean, así de simple y claro lo digo.

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