La confesión de un “hombre de jazz” (columna de prensa)

Reconozco que no puedo ocultar mi alegría durante este mes de julio. El porqué es bien sencillo y se resume en tan solo una palabra: jazz. Si, ya sé, vuelvo a la carga con mis reflexiones sin sentido acerca del jazz. Reconozco que es un síntoma grave de mi patología musical, pero no quisiera poner remedio al placer que supone el dejarse llevar por esos aires melodiosos y aterciopelados que acompañan a lo jazzístico. Si me pidieran una definición sobre mi persona, diría, sin temor, que soy un “hombre de jazz”. ¿Y qué significa tal tontería? Pues, ni más ni menos, que un amante del ritmo y la improvisación. La imaginación siempre acompaña a los músicos de este arte, y es ella a la que deberíamos encomendarnos hoy día. Sin imaginación, amigos lectores, no seríamos nadie. Seríamos seres mortificados y autómatas. Y eso, sinceramente, no debemos permitir que suceda.

Por tal motivo, y con la ayuda de los fabulosos jazzistas, tenemos la oportunidad durante este verano de saciar ese apetito creativo que da tantas y tantas alegrías --como la que pude disfrutar ‘in situ’ viendo al maravilloso Herbie Hancock en el Festival de Peñíscola--.

El jazz forma una parte vital de mi yo, al igual que la literatura y el arte. Debo dar gracias a que, durante el verano, tenemos la oportunidad de saborear las mieles de estos tres regalos culturales. El tiempo nos acompaña y con él, las ganas de conocer mundos nuevos a través de las canciones, los libros y las exposiciones.

Para finalizar, no quisiera parecer demasiado presuntuoso y pesado con el tema del jazz pero... el mítico rockero Carlos Santana dijo una vez: “El rock es una piscina. El jazz es todo un océano”. Como ven, existen millones de posibilidades de gozar con esa música que algunos dicen, es ruido. Yo, a lo mío, es decir, a seguir indagando sobre este increíble mundo del jazz.