Filosofía y arte, esa rueda (artículo de prensa)

'Bicycle wheel', obra de Marcel Duchamp. 1913

"Hacía falta de verdad que el desarrollo interno del mundo del arte se volviera lo suficientemente concreto para que la misma filosofía del arte se convirtiera en una posibilidad seria. De repente, en el arte avanzado de los años sesenta y setenta, la filosofía y el arte convergían. De repente era así, y se necesitaban el uno al otro para autorreconocerse”. Esta frase la podemos encontrar en la obra La transfiguración del lugar común, de Arthur C. Danto, aquel que alcanzó fama mundial con su tesis sobre “la muerte del arte”. Lo interesante de la apertura de esta reflexión, o lo que creo goza de mayor inquietud es aquello de “la necesidad común para autorreconocerse”. ¿No se suponía que el arte satisfacía únicamente nuestros placeres estéticos? ¿No creíamos que era arte aquello que simplemente era bello o que cumplía una serie de requisitos marcados por los expertos? Resulta que no, al menos desde comienzos del siglo XX.
Entonces, ¿cuándo se produce arte? Bien es cierto que la interpretación de qué es artístico y qué no ha variado en las últimas décadas de forma impresionante hasta tal punto de considerar arte un mero objeto cotidiano. Culpa de que esto sea así la tiene Marcel Duchamp, entre otros “radicales” que vieron la no necesidad de duplicar mediante el arte la realidad qua ya era patente.
Estos artistas modernos se plantaron y dijeron “no a la mímesis” --que imperaba en las prácticas artísticas hasta esa fecha--. El filósofo estadounidense Nelson Goodman dijo en su día: “Ya tenemos bastante con cada una de estas condenadas cosas”. ¿Qué significaba decir no a la reproducción de los lugares y personas comunes? La esencia del arte, en esta teoría anti-mímesis, reside precisamente en que no puede comprenderse por la mera extensión de los mismos principios que rigen la vida cotidiana. Necesita de algo más. Ahí es, probablemente, donde entraría la filosofía o lo que muchos denominan como teoría del arte, que como mencionábamos al principio se hizo mucho más patente cuando un personaje tan dispar como Marcel Duchamp y su “urinario” o “rueda de bicicleta” hicieron acto de presencia en el mundo del arte, o años más tarde Andy Warhol presentara sus famosas Brillo boxes dejando boquiabierto a más de uno.

¿CÓMO ABORDAR EL ARTE?
Para muchos sectores del mundo artístico de 1964, la Caja Brillo ni siquiera era arte. Pero ni existió ni podría haber existido ningún sector del mundo artístico del París de 1864 --o del Amsterdam de 1664-- capaz de acoger esta pieza. Esta reflexión no solo nos hace dudar de la intemporalidad del arte, sino que, de manera mucho más inmediata, cuestionan el modo en que debemos abordar las obras de arte desde una óptica crítica y estética. Otro aspecto a tener en cuenta es la abjuración de la belleza que se hizo entonces. Por ejemplo --tal y como cuenta Danto--, en sus diálogos con Cabanne, Duchamp muestra su desprecio por lo que llama “vibración retinal”, que el arte desde Courbet se supone debía inducir en los espectadores, es decir, un placer visual por lo bello de la obra. Duchamp prefería el arte intelectual, sin gratificaciones sensoriales de ninguna clase. Este hecho contribuyó a mostrar que la belleza no era consustancial al concepto de arte y que “una cosa podía seguir siendo arte independientemente de que la belleza estuviera presente en ella”, remarca Danto. Y es que el concepto de arte, gracias a la filosofía, hemos comprendido que puede requerir la presencia de algunos rasgos, entre los cuales está el de la belleza, pero también otros muchos, como la sublimidad. Sin embargo, existen otros casos, como la repugnancia, para inspirar asco o el ridículo, para inspirar desprecio. Esto es, a la postre, lo chocante. Pero es que las vanguardias de mediados del siglo XX, aquella época en la que surgiría el movimiento Fluxus, el arte conceptual, el minimalismo..., quiso franquear la barrera entre vida y arte, quiso borrar la distinción entre arte elevado y vulgar. Así, llegaría el momento en el que se mostraran multitud de creaciones que tal vez no sean obras de arte, pero podrían serlo.

EL CASO DE CASTELLÓN
Para poder saberlo se volvió imprescindible disponer de una teoría del arte. Por tanto, la historia de la filosofía del arte alcanzaría su cota máxima en los sesenta, cuando finalmente se puso de manifiesto que todo es posible como arte. Sin embargo, y esto es lo importante, como dice Danto, “para ser arte, el arte debe representar algo, es decir, debe poseer alguna propiedad semántica”. Este hecho resulta vital para comprender, por ejemplo, el trabajo que se lleva a cabo en el Espai d’Art Contemporani de Castelló o en galerías como Cànem, Pictograma, Coll Blanc o las ya desaparecidas Assaig --de Vila-real-- y L’Algepsar. Todos estos centros de arte moderno, vanguardista, actual, que fijan su mirada en lo abstracto y en las representaciones más atrevidas, han bebido de ese cambio que afectó a la belleza, que desapareció casi por completo de la realidad artística en el pasado siglo XX, como si el atractivo fuese, con sus groseras implicaciones comerciales, en cierto modo un estigma. Asimismo, el Premi Internacional d’Art Contemporani de la Diputació Provincial también ha adoptado estas nuevas corrientes más reflexivas, estéticamente hablando, para ahondar en el pensamiento occidental a través del arte. Y es que, amigos lectores, sin la filosofía no se entendería el arte del siglo XX ni del XXI, y sin el arte no lograríamos comprender en su plenitud la condición humana y las características sociales de estas dos centurias. Filosofía y arte, esa rueda que siempre gira.

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