La faceta artística de un escritor excepcional (reseña literaria)

De entre todos los pequeños defectos que uno pueda tener, se encuentra el de "tener caprichos". No es algo malo del todo, aunque a veces puede llevarnos por sendas demasiado peligrosas. Este, sin embargo, no es el caso; más bien, todo lo contrario. Tener la oportunidad de curiosear en los catálogos de algunas editoriales es un regalo para aquellos que amamos los libros. Sabiendo esto, imagino que no se sorprenderán cuando diga que al ver la publicación de la obra Dibujos, de Franz Kafka, editada por Sexto Piso, no pude evitar hacerme con un ejemplar. Era un "capricho", ¡y qué capricho! Ya de por sí, el nombre y apellido de Franz Kafka sugieren muchas cosas. Sin embargo, al añadirle una faceta desconocida o poco conocida del mismo como dibujante, hacen que esta obra sea una pequeña joya. El mundo del arte dejó una fuerte impresión en el imaginario del escritor de La metamorfosis. Si hilamos fino, no existen dudas de que su imaginación era desbordante. ¿De dónde sino surgiría el bueno de Gregor Samsa? No era de extrañar, pues, que Kafka liberara su mente y trazara en sus cuadernos garabatos y diversas figuras. ¡Quién sabe si algunos de esos bocetos de juventud le inspiraron sus textos! Su amigo Max Brod dijo que "su pensamiento se construía en forma de imágenes", algo que en pleno siglo XXI es lo usual, al estar educados prácticamente en una cultura visual. En este sentido, podríamos decir que Kafka fue un adelantado en su tiempo o, al menos, que vio la necesidad de exorcizar algunos de sus pensamientos a través de unos dibujos que nos resultan hasta cierto punto infantiles por su trazo, aunque eso es solo una ínfima parte.
Según nos cuentan Niels Bokhove y Marijke van Dorst, autores de esta edición, el gusto de Kafka por el dibujo se produjo en su época universitaria. Al parecer, en su niñez llegó a aborrecer las clases por culpa de su maestra --desconocida, por cierto-- hasta el punto de decir que había desperdiciado su talento. No obstante, tras seguir las directrices de Alwin Schultz, conocer la obra de Alfred Litchwark y retomar su amistad con Emil Utitz --quien se convertiría en un gran teórico del arte--, el amor de Kafka por el dibujo afloró de nuevo ofreciéndole algunos de los momentos más satisfactorios de su vida. En una ocasión, tal y como descubrimos en este libro, Kafka llegó a plantearse la opción de ser artista, en lugar de escritor; hecho este que no se produciría, aunque nunca dejó de dibujar hasta su muerte. Gran parte de esos dibujos, rescatados hábilmente por Max Brod, son los que se encuentran en muchas de las portadas de sus libros. Observando con detenimiento, la producción artística de Kafka podría compararse a la de algunos expresionistas de su época. La verdad es que (re)descubrir a un personaje tan emblemático como Franz Kafka es todo un privilegio. Esta obra, de exquisita presentación, resulta tan sorprendente como necesaria para comprender mejor a uno de los autores más importantes de la literatura universal.

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