Refugiándose

Camino solo por la calle. Es viernes. Rondan la 1.30 horas de la madrugada y no llevo un rumbo fijo. Siempre me ha gustado compararme a aquel flaneur de Baudelaire, un hombre solitario que deambula por la ciudad en varias direcciones. Una brisa agradable me acaricia las mejillas y revuelve el pelo. No tengo ganas de volver a casa, aún no. Busco algo o a alguien, pero no sé qué o a quién. ¿A dónde ir? ¿Qué hacer? No tengo ni la más remota idea. Menos mal que mi ipod me acompaña en este trayecto de reflexión hacia ninguna parte. Tras sentir cierto vacío en mi interior, me pregunto: ¿por qué no tomar una última cerveza? Me detengo un instante y pienso: ¡si nunca he sido de esos tipos que van y se toman una última cerveza! No obstante, mi subconsciente o lo que quiera que tengamos en la cabeza --esa cosa que nos manipula e induce a tomar decisiones erróneas--, vuelve a la carga e intenta convencerme de la posibilidad de que, quizá, conozca a alguien, y cuando digo alguien me refiero, cómo no, a una chica interesante que conquiste este gélido corazón. La teoría parece factible pero… soy pésimo en la práctica. Así, como buen ser cercano a lo patético, fracaso como siempre en mi particular aventura hacia el flirteo. Entro en un local que conozco y donde la música es de mi agrado, me acerco a la barra intentando disimular que no voy solo, que espero a alguien --¿por qué hice eso?--. Pido esa última cerveza a una sensual, a la par que exuberante, camarera. Sigo disimulando mientras sostengo el botellín y lo balanceo nervioso. Miro el teléfono móvil de tanto en cuanto, dando a entender que espero la llamada de algún amigo. Observo a la gente que me rodea, analizo la situación en la que se encuentran todos ellos --en compañía--, y después hago lo propio conmigo mismo. Confirmo que soy un ser tímido, desconfiado en sus posibilidades, tonto al fin y al cabo. Tras beberme la cerveza con cierta desgana, vuelvo a realizar una interpretación magistral marchándome raudo y veloz con el teléfono en la oreja, haciendo ver que atiendo una llamada importante. ¡Qué idiotez! Nada más salir del local, me enfundo de nuevo el traje de rondador nocturno, aquel que te hace invisible ante las masas, y me dirijo a casa pensando y reflexionando sobre la estupidez que acabo de protagonizar. Por el camino me pregunto: ¿vale la pena autoflagelarse de este modo? ¿algún día encontraré a esa persona que me complete? Llego a mi destino y no consigo responder a estas y otras cuestiones. Estoy cansado y enfadado con el mundo y, sobre todo, conmigo mismo. Por eso me decido a escribir en forma de confesión los hechos acaecidos, un acto desesperado para reafirmar mi condición de ser humano. Sin embargo, tan solo veo mi particular condición como hombre soltero en busca de. No deseo quedarme solo en esta vida, aunque a veces crea que ese es mi único destino --pero, y qué puñetas es el destino?-- Al menos, y aunque suene un tanto infantil, mi banda sonora particular me sigue acompañando. Ante tanta tontería creada por mi teórica inestabilidad emocional --producida por la ausencia de esa cosa llamada amor-- me refugio en las artes, las letras y la música. Me refugio en aquellos rincones que me proporcionan momentos de felicidad y en los que imagino una vida plena. Me refugio en esos sueños que creo inalcanzables, pero que nos otorgan el don de la curiosidad. Me refugio en mis inquietudes y pensamientos. Y algunos dirán, si no ligas es porque no quieres. Yo contesto: llamadme loco.


¿Cómo pensáis que acaba la historia? ¿Alguno se atrevería a continuarla? Os invito a participar.

Comentarios

Esther ha dicho que…
Hermosa historia, amigo.

Acabará bien. Pero para ello no leas a John Cheever.

Un abrazo nocturno.
Eric GC ha dicho que…
Esther!!! Qué alegría! Ya pensaba que te habían secuestrado esos músicos de jazz a los que retratas. Bienvenida, again! Un abrazo

Entradas populares