Un escrito sobre lo irrisorio de la vida

Uno, dos, tres. La cuenta ya ha comenzado y yo aún no me he enterado. La vida pasa ante mis ojos y apenas me doy cuenta. Balbuceo estúpidas palabras y ya me creo un intelectual de tomo y lomo. ¡Qué le voy a hacer! Siempre fui un iluso, un presumido y un bufón. Así me crié y así moriré. Me miro al espejo y veo: una barba, unas gafas, unos ojos cansados de tanto ordenador, un peinado sin importancia y poco más. Un chico que deambula por las calles de su ciudad sin levantar sospechas. Un “flaneur” que merodea por los rincones de una vida que poco a poco se hace monótona. ¿Cómo cambiar? Una vez pensé en dedicarme al mundo de la ópera. Sin embargo, me di cuenta de que mis conocimientos en solfeo y mi capacidad vocal para el canto eran nulos. Luego creí que podría dedicarme a bailar mambos, pero mi coordinación es irrisoria. Cuando debo mover el pie izquierdo junto a la mano derecha o viceversa, siempre me equivoco y acabo besando el suelo del escenario.
Así, una vez comprobé que ni la ópera ni el mambo eran lo mío me dije: ¿y por qué no escribes? Y resultó que yo mismo era la incompetencia literaria personificada. Una amiga mía me preguntó: ¿tienes algo qué decir o qué contar? Yo respondí: no. Ella habló de nuevo: ¿y para qué quieres escribir entonces? Yo contesté: para divertirme. El problema radica en que únicamente me divierto yo. Con la iglesia hemos topao! Bien es cierto que si no aportas ni un ápice de verdad o divertimento al lector, tu propósito vale menos que nada. Esa es, al menos, la sensación que siempre he obtenido a lo largo de estos pocos años en los que ocupo mi tiempo al mundo de lo periodístico --por decir algo--.
Ser periodista es “chungo” y más si no eres periodista, como es mi caso. Por circunstancias de la vida, que aún hoy no comprendo y no sé si llegaré a hacerlo, mi vida de estudiante con miras hacia el infinito y más allá se vio truncada por una llamada, y de ahí, pasé a formar parte del mundo periodístico. Y ya se sabe, cuando a un niño de 23 años --porque hoy día a esa edad todavía somos niños-- le ofrecen la posibilidad de entrar de pleno a la vida laboral, la cosa asusta, y mucho. Tardé, y no miento, casi un año en relacionarme con el resto de mis compañeros. Quizá, mi espíritu cobarde fue el causante de esta situación. Tras ese periodo, ya comencé a intercambiar alguna que otra frase del tipo: hola, buenos días, qué tal? Patético, ¿no creen? Pero siempre he sido así. Ahora, haciendo un análisis del tiempo que llevo practicando el oficio de periodista imitador --porque nunca seré un periodista auténtico-- me doy cuenta de la tontería que he llegado a practicar y también, porqué no decirlo, a ver en algunos compañeros de profesión. El hacerse mayor es lo que tiene. Abres más los ojos, o eso intentas, pero cada vez, ves menos o te dejan ver menos.

P. D.: Esta reflexión en forma de escrito absurdo la escribí hace... (ya no lo recuerdo). Es un simple divertimento, no lo tomen en serio, se lo ruego.

¿Vamos a Broadway Street o a Wall Street?

Comentarios

Esther ha dicho que…
De momento vamos a... Berlín!

Y juroooo que en 2011 paseo por NY.

Besitos.
Eric GC ha dicho que…
Ojalá pudiera jurar eso mismo yo. Como siempre, Esther, mi fiel comentarista.

Un besazo enorme

Entradas populares