Un coleccionismo dispar (artículo de prensa)

          Obra de Aggtelek que forma parte del fondo visual del Ayuntamiento de Burriana

Existen diversas clases de coleccionismo en el arte y quisiera hablar de dos de los más característicos, si me lo permiten. Esta semana se está llevando a cabo la feria de arte contemporáneo Frieze, una de las más importantes a nivel mundial. Estos encuentros son, aunque intenten disfrazarlo de algún modo, lugares de compra-venta. Según un artículo que leí recientemente, “para el aficionado, para el experto que no compra ni para sí mismo ni para ninguna colección, o para el que asesora a quienes sí compran, las ferias son el peor lugar para ver arte”. Parte de razón no le falta. Cada cita ferial de arte se ha convertido en un pequeño despropósito en el que difícilmente uno puede ver cuáles son las nuevas tendencias o disfrutar de algunos clásicos modernos. Las veces que he asistido a ARCOMadrid en estos tres últimos años, o a la Biennale di Venezia, me han servido para crearme esta opinión. Cierto es, esto no lo puedo negar, que a través de las ferias he conocido a artistas nuevos o he reinterpretado obras que, en principio, me eran del todo indiferentes. Sin embargo, la sensación que obtengo de estas visitas, sobre todo en la última que hice en Madrid, es que lo más llamativo o transgresor --que no bueno ni interesante--, prima. Todas estas cumbres del arte contemporáneo rezan el mismo eslogan: “what money can buy” (lo que el dinero puede comprar).
Sé muy bien, negarlo sería una tontería, que las galerías y los artistas no viven del aire, por eso la necesidad de crear espacios donde mostrar tu obra y poder “sacar tajada”. Sin embargo, y visto el ejemplo de disputas internas que se sucedieron el año pasado en ARCO entre la dirección de IFEMA (el recinto donde tiene lugar la feria) y los galeristas que participan por reducir la calidad de las obras y artistas presentes en pro de la cantidad, la fórmula de comprar, comprar y comprar cualquier cosa que resulte llamativa --bien por estar a la última moda, bien porque únicamente porta el nombre de Picasso, Bacon o Matisse en el dorso--, parece caduca. Digo esto por una sencilla razón: las ferias deben reformular sus planteamientos estratégicos de mercado. En este sentido, propondría un examen de conciencia, que cada uno analice y escoja lo realmente interesante, lo que verdaderamente aporte una nueva visión en el concepto de arte.
Quizá sea una utopía, pero me parecería propicio que se sirvieran de cabezas pensantes de lo artístico, en lugar de economistas, para crear citas cada vez más interesantes y enriquecedoras. Digamos que, mi opinión --que ya sabemos no tiene ningún valor-- es la de crear una especie de jurado libre de ataduras, objetivo, y que sea él quien decida, tras muchos dolores de cabeza, qué se puede coleccionar y qué no, qué es válido y qué no. Creo que estarán de acuerdo conmigo al saber que esto es imposible --por eso decía lo de utópico--, puesto que todos están, quieran o no, impregnados de influencias y gustos personales. Lo que a unos pueda parecerles maravilloso e innovador, a otros les puede parecer una soberana tontería. Estamos, de nuevo, ante una de aquellas paradojas de nuestras vidas postmodernas.

LOS PREMIOS
Otro caso de coleccionismo es el que realizan los museos o entidades a través de diferentes premios y certámenes. Un ejemplo claro es el catálogo de obras que posee el Ayuntamiento de Burriana a través de las ediciones de Premi d’Arts Visuals. A lo largo de estos años, cada obra ganadora se ha añadido al fondo museístico de la localidad. Esta forma de coleccionar obras de arte me parece mucho más formal y, lo que creo más importante, coherente. Cada premio goza de un jurado que decide, lo que supone una selección difícil pero elimina aquellas obras que puedan resultar menos interesantes. Así, estamos ante una selección más cuidada, que no se deja seducir --al menos, no tanto-- por el “merchandising” artístico. Además, estas colecciones no sienten la necesidad de contar en sus pasillos --como sí sucede en las ferias-- con esas “celebrities” del arte y de la alta sociedad que pasean con copas de champán para la clásica foto de grupo. Cuando esto sucede, es difícil abstraerse de ese trasiego para centrarse en el arte, cosa que sí sucede en los premios como el de Burriana o, más recientemente, el 5X5 Premi Internacional d’Art Contemporani de la Diputación de Castellón. Por tanto, al no despistarse, las obras expuestas --que suelen ser de diverso carácter pero con calidad-- valen la pena. Digamos, pues, que este tipo de coleccionismo puede resultar mucho más atractivo y profesional, a la postre, que el de aquellas personas con el bolsillo repleto de billetes, y con esto creo que mi número de enemigos ha aumentado considerablemente, pero es la humilde opinión de un servidor, y que ha venido dada por la inauguración el pasado 15 de octubre, en el CMC La Mercé de Burriana de la exposición Col.leccionar què?, en el que se pueden ver las obras que componen el fondo visual que antes mencionaba y que se ha incrementado, año tras año, con el objetivo de crear una colección que, en estos momentos, sintetiza buena parte de lo que ocurre en el heterogéneo campo de las artes visuales, prestando atención a las propuestas más innovadoras, cada vez más a cerca de las derivaciones y hibridaciones de la pintura con la escultura, la instalación, el grabado o la fotografía.
Por último, diré, para evitar males mayores, que la figura del coleccionista, sea público o privado, goza de un papel vital dentro de la historia del arte. Por tanto, mi propósito --o despropósito, según se mire-- es el de recapitular para que adquirir arte de la vanguardia no pierda su extraordinaria significación. La renovación de los parámetros estéticos ya está suficientemente en entredicho entre los expertos como para que lo económico otorgue el verdadero sentido de una obra.

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