Uno de los príncipes de Hollywood

Murió Tony Curtis, uno de aquellos galanes caradura del cine. Famoso vividor era, sin embargo, un personaje entrañable en todos esos filmes de enredos y diálogos alocados. Mi infancia estuvo marcada por el cine y, como no podía ser de otro modo, Curtis ocupa un hueco importante. Todo el mundo se ha reído, o eso creo yo, con la genialidad imaginativa de Billy Wilder y su Con faldas y a lo loco. Sin duda, esta película se encuentra en mi "top ten" particular, una obra maestra del mejor género cómico. Del mismo modo, recuerdo esas colaboraciones mágicas con la deliciosa Natalie Wood, de las que destacaría por encima de todo La carrera del siglo, de Blake Edwards y que cuenta con un Jack Lemmon (al igual que en Some like it hot que ya mencioné más arriba) de otra galaxia. ¡Menudos repartos, amigos míos! Todo el glamour de Hollywood y la mejor comedia posible.
Tony Curtis destacó, por encima de todo, por su marcada belleza. ¡Era guapo el condenado! Pero supo sobrellevar ese "peso" que supone este extraño handicap con interpretaciones de lujo, como en  Fugitivos (junto a Sidney Poitier), o en acciones épicas como Espartaco o Los vikingos. Todas ellas grandes películas en las que Curtis destacó por su magnetismo en pantalla. Aún con todo, ese físico portentoso casi siempre predominaba sobre la parte interpretativa del actor. Yo así lo veía. Para mí, Curtis, al igual que otros grandes como Cary Grant o David Niven, era el claro ejemplo de la masculinidad. Era en eso en lo que fijaba mi inexperta mirada. Sin embargo, y como en toda buena obra literaria o cinematográfica, hubo un giro inesperado en esta historia particular con el llamado "príncipe de Hollywood".
No hace mucho, quizá un año, aproximadamente, vi por primera vez el filme El estrangulador de Boston. La película me dejó helado. Rodada en base a una narración fría, cerca del documental, resulta terriblemente efectiva. En el recuerdo siempre me quedará la fractura de las pantallas en pequeñas ventanas y, sobre todo, la anómala y brutal interpretación de Curtis. En este trabajo vi a un Curtis que desconocía. El guapo actor se enfundó una nariz tosca, protuberante, que le deformaba por completo ese perfil tantas veces inmortalizado. Sus ojos azules se antojaban casi negros por la dureza del relato y los traumas del personaje. Curtis me impactó, me cortó la respiración. Hete aquí una demostración de su valía como actor. Por momentos creí ver a Bernard Schwartz (su nombre real) y no a Tony Curtis. Vi a un hombre solitario, perturbado, perdido. Vi a un actor con mayúsculas.
Desde aquí rindo un pequeño homenaje a este personaje que hizo de los últimos años de su vida un circo. Pero bueno, como dijo Jack Lemmon, ¡nadie es perfecto! Curtis, tampoco.

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