La ciudad enigmática de neón y taxis amarillos (reseña literaria)

No hace mucho, esta misma semana, de hecho, leí un artículo de Eduardo Lago titulado Esto sí que es una musa, refiriéndose a la ciudad de Nueva York y a su influencia en la literatura norteamericana. El propio Lago, quien recordemos es el director del Instituto Cervantes en la ciudad de los rascacielos, dice en el texto que “en la vida de las ciudades hay siempre un momento en el que irrumpe con fuerza la figura de un gran escritor que logra encerrar entre las páginas de un libro la idiosincrasia del lugar y de sus gentes”. Habla de James Joyce, Saramago, Pamuk, Tolstói, Dickens, Proust... Muchos nombres ilustres que reflejaron las particularidades de sus ciudades. Nueva York, como el modelo de la ciudad moderna, cosmopolita, capital del sueño americano, ha tenido a lo largo de la última centuria muchas novias que han coqueteado a la perfección con sus calles y personajes. Grandes autores como Herman Melville, Henry James, Walt Whitman, John Dos Pasos, Francis Scott Fitzgerald, J. D. Salinger, Paul Auster, Tom Wolfe, Bret Easton Ellis, Toni Morrison, Don DeLillo o Truman Capote son algunos de ellos. Todos ellos escritores de lengua anglosajona, como es lógico. Sin embargo, yo, aunque peque de insensato, también quisiera añadir a un escritor español que supo reflejar, a mi parecer, esa esencia neoyorquina tan peculiar. Dicho autor no es otro que el propio Eduardo Lago.
La aparición de su primera novela, Llámame Brooklyn, publicada por Destino en 2006, fue todo un descubrimiento literario para mí, lo confieso. Leer esta obra me adentró de lleno en las barriadas de Brooklyn y sus moteles, Coney Island, los fumaderos de opio de Chinatown, el ambiente distante y elitista de Manhattan... A través de un periodista del New York Post, Gal Ackerman --un nombre que me recuerda al de Nathan Zuckerman, el alter ego del eterno candidato al Nobel de literatura Philip Roth--, descubrimos esos paisajes en blanco y negro, iluminados por la inmensidad de los rascacielos. Llámame Brooklyn es, como bien dicen algunos, un canto al misterio y el poder de la palabra escrita. La novela refleja una historia de amistad y lealtad fascinante, en el que la ciudad de Nueva York goza de un importante papel. No es de extrañar que la obra fuera ganadora del Premio Nadal, pese a ser la primera de Eduardo Lago, un hombre que lleva veinte años entre los grandes edificios de esa ciudad enigmática de neón y taxis amarillos. Un hito literario insólito en la tradición de la narrativa española.

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